El Carrusel del Furo
Cuando la llama de la fe se apague, y los doctores
no hallen la causa de su mal, señoras y señores
sigan la senda de los niños y el perfume a churros
que en una nube de algodón dulce le espera el Furo.
Goce la posibilidad de alborotar el barrio.
Por tres pesetas puede ser bombero voluntario
o galopar en sube y baja el mundo en un potrillo.
Dos colorados tengo y uno tordillo.
Suba usted, señor.
Anímese.
Cuelgue el pellejo en la acera.
Súbase
al tordillo de madera.
Olvídese
de lo que fue y de qué modo.
Brínquese
a la magia de pasar de todo.
Móntese
en el carrusel del Furo.
Súbase.
Dos boletos por un duro.
No se sorprenda si al girar, la luna le hace un guiño,
que un par de vueltas le dirán cómo alucina un niño.
Le aplaudirán desde un balcón geranios y claveles
y unos ojos que le llenaron de cascabeles.
Enfúndese en los pantalones largos de su hermano
y en la primera bocanada de humo americano
que el aire será más azul y la noche más corta.
Si no le cura, al menos, le reconforta.
Señor, señor...
Anímese.
Cuelgue el pellejo en la acera.
Súbase
al tordillo de madera.
Olvídese
de lo que fue y de qué modo.
Brínquese
a la magia de pasar de todo.
Móntese
en el carrusel del Furo.
Súbase.
Dos boletos por un duro.